Leí en el libro El poder del ahora, hace muchos años, que las adicciones son la negación inconsciente del dolor. Hasta ahora, esta definición me parece bastante apropiada y a la luz de esto me doy cuenta de que la evitación busca la negación del dolor por medio de no sentirlo a toda costa.
Entonces yo veo dos realidades, la del adicto que hace todo lo posible por sentir placer y el evitativo que hace todo lo posible por evitar el dolor. Son dos aproximaciones con el mismo fin, la negación del sufrimiento.
En ambos casos, todo esto nos lleva a la ruina de nuestras propias vidas.
La gran pregunta es, ¿qué es eso que nos causa dolor y no queremos enfrentar?
Lo más probable es que esta respuesta se encuentre en nuestro pasado e incluso en nuestra infancia. En esa época temprana, pudimos ser sobrepasados por una situación en concreto y la falta de recursos adecuados para lidiar sanamente con esto nos llevó a una manera de solucionarlo que nos funcionó temporalmente. Como esa forma de enfrentar ese tipo de situaciones no era la más adecuada, tropezamos a través de la vida con situaciones parecidas, sin ser conscientes del daño que nos causamos a nosotros mismos.
Llevamos una vida sufriendo innecesariamente porque insistimos en actuar como siempre a pesar de la evidencia que nos demuestra lo contraproducente de nuestros comportamientos. También es cierto que hacer esta conexión entre causa y efecto no siempre es fácil. Entender que nuestra vida es un «desastre» porque nuestra forma de reaccionar ante las situaciones no está basada en una adecuada gestión de nuestras emociones, es un paso hacia adelante.
En su momento descubrimos «la gran solución» para no volver a sentir eso tan desagradable que vivimos y nos superó, descubrimos la evitación. Fue lo más a lo que pudimos disponer y lo asumimos, de ahí en adelante, como el comodín perfecto para no sufrir.
De todas maneras, la verdad sea dicha, no sufrir es imposible y nosotros lo sabemos. Este es un sufrimiento mezclado con más cosas desagradables como la frustración, el tiempo perdido por lo que no fue y no será, la falta de libertad, la poca iniciativa, la baja autoestima, etc.
Ahora, ¿hay esperanza? Siempre la habrá. Buscar el origen es clave. Darnos cuenta de que todo nace de una respuesta equivocada ante una o varias situaciones abrumadoras, nos ayuda a empezar a desatar todo este enredo. Es fundamental tener un sentido de aceptación plena ante lo que no podemos cambiar y ser compasivos con nosotros mismos, perdonarnos porque todo lo que hacemos siempre lo hacemos con la convicción de que es lo mejor. Si objetivamente se puede establecer que no era lo mejor que podíamos hacer, simplemente no lo sabíamos o carecíamos de lo necesario para llevarlo a cabo.
El caso es que tenemos la posibilidad de solucionarlo y puede que necesitemos apoyo o nos venga bien en este camino. En general, muchos buscamos cosas que nos beneficien antes de desmontar todas las cosas que hacemos que nos perjudican. Entre estas cosas está nuestra actitud evitativa. Esto nos lleva a la trampa de creer que estamos trabajando por nuestra mejoría y que así será nuestra vida, pero mientras no soltemos lo que nos hace daño, no podremos agarrar los que nos hace bien. Esta es la razón por la que consumimos contendido de todo tipo para que nuestra vida mejore y aun así no sucede o no del todo, no de fondo.
A la luz de esta reflexión, considero que si se aborda de forma correcta el proceso —trabajar en las causas que nos llevan a las consecuencias que padecemos hoy día—, la recuperación no será un asunto eterno de toda la vida. Llegará un punto en el que ya no evitamos y simplemente nos concentramos en vivir nuestras vidas con todas las cosas buenas y malas que se nos presentan. Seguiremos equivocándonos, descubriremos que hay momentos en los que sí es sano evitar, encontraremos otras cosas con las que debemos crecer como seres humanos y así, como cualquier paisano o paisana.
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